Querido ángel:
No sufras por mí, ahora estoy en el
paraíso con otros que como yo, han traspasado el umbral.
Recuerdo cuando me viste aquella noche
debajo de un coche, supiste que debías aparcar el tuyo y acercarte a mí. Lo que
temías, no empañé tu móvil porque ya no respiraba y entonces dijiste “qué vida
asquerosa”.
Te quedaste a mi lado, triste e impotente,
esperando quizás que alguien se detuviese para compartir tu dolor, pero nadie
lo hizo. Y es que los gatos no somos importantes para muchas personas, somos
sólo eso, gatos, invisibles para la mayoría, sólo hablamos con la gente que
tiene mucha imaginación.
No me conocías mucho, pero para ti sí era
importante. Cuando el hombre que nos cuidaba dejó de ponernos comida al pie de
unos contenedores en el centro del pueblo, bajé a buscarte porque entre los
gatos se comentaba que dabas bien de comer.
Y era cierto, cuando te encontraba siempre
venías hacia mí con una sonrisa y una latita apetitosa. Yo comía sin parar
mientras tú me acariciabas el lomo y me decías lo bonita que era.
Pero no sufras, ahora estoy en el paraíso,
aquí no hay coches que van como locos como el que me atropelló, ni venenos que
hacen retorcerse de dolor, ni jaulas que secuestran para matar. Aquí sólo
estamos nosotros con nuestros buenos recuerdos, felices y tranquilos hasta el
fin de los tiempos.
Gracias, ángel, por haberme querido y sé
que cuidarás de mis pequeños y de todos los gatos abandonados que encuentres en tu camino.
Hasta siempre.
La triste realidad es
que entre un 30 y un 40 por cierto de
los animales que viven en la calle,
mueren atropellados en
muertes que podrían haberse evitado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario